
El padre de Quiáhuitlle negó el permiso para contraer matrimonio y Acatl lloró tanto que poco apoco su cuerpo se fue deshaciendo hasta convertirse en un charco de lodo, del cual, como si fueran sus hijos, brotaron carrizos.
Quetzalcóatl convierte a Quiáhuitl en nube.
Una tarde la nube penetra por la bocana a la bahía y localiza a los carrizos, hijos de su amado Acatl. Se arroja sobre ellos en forma de tromba, para morir en el lodazal y fundirse en Acatl, compartiendo así su destino.
Cada año, durante la temporada de lluvias, los amantes se vuelven a encontrar en Acapulco cuando las nubes avanzan sobre la bocana como atraídas por un imán invisible cumpliéndose así la profecía de que la unión de aquellos jóvenes perpetuaría la grandeza de sus pueblos con el hijo de ambos: Acapulco.
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